Fotografías realizadas durante los años 2009 y 2010 en Montevideo, Uruguay, con película diapositiva 100 ASA y cámara Pentax 67 (6x7 cm). Luego digitalizadas con cámara Nikon D700 y lente Macro 60.0 mm f/2.8.Valdrada es el resultado de un taller realizado en el Centro de Fotografía de Montevideo.
El libro Las ciudades invisibles, de Italo Calvino, fue usado como estructura para el taller. A partir de charlas sobre el texto y la ciudad nació este trabajo. Los antiguos construyeron Valdrada a orillas de un lago. Italo Calvino. Esta ciudad nació del agua, vivió del agua y muere por el agua. En los buenos viejos tiempos, hablábamos con orgullo de “los terrenos que le arrebatamos al mar”. Sin embargo, ahora, que él ha vuelto por lo suyo, nadie se acuerda de eso. No fue una ola gigante ni una tempestad arrasadora. Simplemente, la tierra empezó a rezumar agua y a hundirse. La invasión silenciosa subía desde los cimientos, para adueñarse de las calles, las veredas, los jardines.
Al principio se tragó algunos edificios cercanos a la costa; mas, al poco tiempo, barrios enteros fueron engullidos. La televisión y los diarios afirman que la culpa la tiene el cambio climático; no obstante, en algunas esquinas, han surgido unos profetas apocalípticos que, ante los pocos que todavía no nos hemos marchado, sostienen que se trata de un castigo divino, que nos habíamos transformado en una nueva Sodoma o Gomorra, que nos perdió nuestra soberbia y el desprecio por la divinidad. Hoy decidí que me había llegado el turno. Salí temprano de casa, con la intención de visitar por última vez los sitios que tanto amo, en los que me crié y en los cuales me reconozco como parte de algo mayor: la gente de aquí. Mi despedida de lo que fue y no volverá a ser. Pero no resisto mirarlos directamente. Deambulo, la vista clavada en el piso, de la placita del barrio al parque de diversiones donde solían llevarme mis padres; atravieso las calles del centro, con sus viejos edificios afrancesados; sus monumentos, que hablan de nuestra época gloriosa; y el anticuado rascacielos, del que tanto nos enorgullecía decir que fue el primero en todo el Sur.
Un perro vagabundo se me acerca, tal vez buscando una caricia. Por un segundo, nuestras miradas dolientes se cruzan. Avergonzados, con pasos veloces, nos apartamos el uno del otro. Cada cual sigue su camino. Náufragos a la deriva. Es la hora del adiós.