Una definición que aparece como muy difícil -quizás imposible- de lograr desde un discurso que no sea el de la mera constatación de un D.N.I. -Documento Nacional de Identidad- cuya foto -antes analógica y pegada, ahora digital (y que siempre encontramos que no nos hace justicia) - remitiría -se “parecería”- al portador de esa identidad asociada a un nombre propio, el propio, justamente. Sin embargo. Las imágenes de Sergio Fasola podrían -quizás- constituirse en esa definición improbable -tal vez imposible. Podrían. Y no para ese espacio que es el del discurso oral o escrito. Podrían hacerlo si se acepta entrar en el juego de pensar con el órgano de la visión. Se -sabemos- que inmediatamente (no inmediatamente después, sino en el mismo instante) vienen las palabras a completar, a “definir”. Es allí cuando aparece la imposibilidad, no antes.
Mientras mirábamos (si ese acto aislado resultara posible) reconocíamos algo que puede reconocernos. (Si la afirmación de Michel Foucault en Las palabras y las cosas, de que lo visual y la palabra son irreductibles lo uno a la otra, es cierta, lo es ciertamente en el caso de estas imágenes.) Pero. Lo son desde la misma construcción, desde la operatoria o desde el modo de producción del cual emergen: el montaje. Digo montaje (término antiguo, casi anticuado) en lugar de edición (tan usado en la actualidad) porque me parece más gráfico y creo que da más cuenta de lo que emerge en tanto resultante visual, ya que remite a un proceso vinculado a la cinematografía. Antes dije que las imágenes de Fasola remitían a la visión.
Ahora agrego, la visión que requieren es tanto pictórica como cinematográfica (como en una película muda, en la que el montaje era fundamental). Sólo que en este caso el film estaría todo él en la superficie de una misma imagen, en ese rectángulo que difícilmente se podría llamar fotografía. En ese sentido también sería lícito hablar de collage. Y la tentación aparece de pensar la obra de Fasola como surreal, como encuentros sin una pertinencia lógica (supongo que lo surreal a que hago referencia estaría más cerca de Felini que de los pintores surrealistas -en sentido estricto-). Sin embargo. Ese encuentro nos atraviesa (¿nos define?). Encuentra su lógica en nosotros (en los que leemos, más que en los protagonistas). Vemos e -inmediatamente- sabemos. Me viene a la mente la declaración de García Márquez cuando, ante el fenómeno del “realismo mágico” latinoamericano, consideraba que lo “mágico” estaba en la mirada extrañada, extranjera; mientras que para el nativo de estas tierras era lo “real”, lo que ocurría. Algo de esa tradición aparece en las imágenes de Fasola y hacen que la categoría de lo surreal se borre para dar paso a la mirada sorprendida en una metonimia que deviene definición. Sin embargo.
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