Al anochecer arriman las mesas y las sillas para acomodar cinco colchones en el piso. El restaurante de la familia Amancay Huamán funciona en un segundo piso alquilado del mercado mayorista de frutas, en el distrito de El Agustino.
En ese pequeño espacio duermen, trabajan, comen y se bañan, a la intemperie, usando baldes con agua fría. Los camiones entran y salen del centro de abastos, la jornada deja frutos podridos, cáscaras y basura, el aroma de un día normal para Liliana Amancay Huamán y sus hijos Janet (19), Katy (12), María Belén (10) y Daniel (5), los cuatro de padres distintos y ausentes. En el cuadrado que sirve para todo, Liliana cocina y sus hijos se reparten los roles: ayudar a cocinar, cobrar y servir a la clientela, limpiar mesas.
Los pequeños aceptan el entorno como natural, allí juegan, pero sin total libertad por las presiones y responsabilidades inapropiadas para la edad. Al hablar del espacio que habitan y sus labores cotidianas, su mirada de la realidad es distinta. Sobre su padre, unos guardan silencio, otros desean conocerlo.
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