No me gusta el metal, es más, me aterraba. No sé por qué. Tal vez sea por la fuerza arrolladora de su música, tal vez por esa energía delirante, tal vez por sus sombras, su oscuridad y su luz, tal vez por sus textos sin prejuicios. Es por estas mismas razones que decidí hacer un proyecto al respecto. En la mitad del mundo, lugar donde según creencias prehispánicas confluye la energía de la Pachamama, un país cuya población es de mayoría católica y supersticiosa, donde los santos nos observan desde todas partes, un fenómeno social nació hace un par de décadas: el metal. Para la gente común, el metal es solo ruido, alcohol, drogas.
Nada más.
Pero para las personas que lo viven, es otra forma de expresión, otra forma de arte en la que pueden expresar sus pensamientos y sensaciones.
Este género musical, además de su potencia, se caracteriza por sus textos poco convencionales que unas veces critican el status quo de la sociedad, otras hablan de temas tabú y en otras ocasiones son una abierta provocación a las creencias populares y religiosas. En este ensayo he intentado capturar eso: la potencia, la oscuridad, la protesta, la provocación.
Pero sobre todo he intentado acercarme a los sentimientos que mueven a estas personas a practicar el metal. Y ya no le tengo miedo.
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