Tras más de veinte años fotografiando a Fidel Castro, le vi transitar por varios estadios físicos; desde el fornido hombre de verde olivo de los años 70 con aura de gladiador profético; hasta el anciano menos ágil y en ropa deportiva más allá del 2006, ahora con aura de abuelo sabio.
A este gladiador con legiones de seguidores y legiones de detractores, los cambios en su apariencia externa se hicieron visibles progresivamente, pero el tono de su discurso desafiante y el aire tenso que imperaba en cada una de sus apariciones públicas continuó siendo el mismo, matizadas por la evidencia de más de 600 intentos de atentados contra su persona. Hombre y discurso devenidos en una sola pieza con suficiente poder de imantación como para estar seguros que ante él, se estaba ante gran parte de la historia de un país: Cuba.
Fotografiarle significó estar dispuesto a permanecer en espera por muchas horas; con sol o con lluvia, de día o de noche, fin de semana o fin de año, sin importar nada más y con la eterna incertidumbre de poder lograr algunas imágenes, si llegaba a estar cerca de él.
Un hombre siempre rodeado por partidarios, más la suma nada desdeñable de su celosa seguridad personal. Fidel Castro era un hombre que había que fotografiar.
Sin embargo, su existencia misma había dependido de un grupo de hombres públicamente-anónimos. De los más visibles y cercanos a él trata este libro. De “Los hombres del Comandante”.
A.Roque