¿Quién no cree en fábulas? se preguntaba el Mariscal ante el asombro de su pueblo, también se lo preguntó el joven hidalgo frente al espejo de agua y el sastre que no dejaba de hilar su aguja; y si mi aguja fuera de oro, pensaba, si en vez de hilar una y otra vez pantalones castellanos hilara pergaminos dorados con la leyenda de mi victoria.
El mariscal abrió el camino, montado en su burro mítico que le ha sido fiel desde los primeros días después del mar, se enfiló rumbo a los cerros; supuestamente al atravesarlos estaban las puertas altas de la ciudad dorada. Antes, la algarabía fue tremenda, el pueblo desbocaba la plaza trémula incrédulo ante el espectáculo de dicha empresa. Unos se persignaban, otros blasfemaban, habían quienes lloraban y reían a la vez mientras las chichas y las chirimías alegraban los ánimos y matizaban los temores.
Nuestro hidalgo enciende un tabaco y observa el cerro frío y tupido, más allá está el corazón de la tierra se dice, al otro lado vive el cacique dorado junto a la laguna sagrada y sin fondo; será acaso su ineludible destino desafiar dioses y atrapar secretos. Se da cuenta que no es el único que observa el cerro, absorto, son muchos los ojos que observan abiertos y desorbitados, por igual corre la vena ancestral en los cuerpos que palpitan los misterios envueltos en estas tierras azarosas y salvajes. Un nuevo sueño nace, piensa, un sueño terco y testarudo que alborota la subconsciencia; detrás de todo sueño hay una pesadilla.. y es que la pesadilla de este sueño ha visto caer a tal cantidad de valientes y miserables que se pensaba dicha locura no volvería jamás, que tan sólo viviría apaciguada en los corazones viejos y cansados que insisten en soñar. Pero cuanto más absurdo, más lindo es el milagro. Cuando la fantasía aflora, no hay razón ni ciencia que valga, todo es voluptuosidad y ensoñación, desproporción, lo que la razón no conquista, la fantasía lo hará, se dice a sí mismo y a los demás y apagando su cigarrillo agarra camino; así mismo el sastre deja su hilo y su aguja sobre la mesa y se despide de su mujer e hijos, sale a la calle y se une a los que ya avanzan cuesta arriba y así, son muchos los que salen de sus casas con la promesa de algún día tornar cargados de prendas y honores, con la clave mágica que abra el secreto dorado mejor guardado por los misterio del tiempo y la sabiduría indígena. Hay algo más allá del brillo dorado que mueve las almas a dicho afán de gloria? Es tal el grado de locura que el hombre es capaz de adentrarse en montes vírgenes en pos de una fantasía de la que tan sólo escuchó hablar por viejos cansados y melancólicos? El Dorado que buscan no es El Dorado que todos esperan encontrar, en el trasfondo buscamos otra cosa, buscamos algo que va más allá de nuestra piel, aquello que traspasa y desnuda el mito del tiempo y nos pone allí, inmensos e inmersos, frente al espejo de agua del lago sin fondo que somos.
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