Encuentro
Juan Pablo Sánchez Noli | Tucumán
Para construirte están las fotos. Las miré cientos de veces, cuando era niño. Las teníamos guardadas en una bolsa de plástico. La bolsa era verde y yo la abría cada vez que quería verte. Todavía sigo haciéndolo.
Te veo en las fotos joven, mucho más joven de lo que soy yo ahora. Contento, jugando al fútbol, saludando después de un gol. En el río con mamá. De traje en el día del casamiento. Tocándole el pelo a ella, con tu mano derecha. Trato de pensar qué sentías en cada una de esas imágenes que para mí siempre estuvieron congeladas. Intento imaginarme cómo eran tus movimientos, darle vida a esas fotos. Naciste en Villa Alberdi. Te decían “Villita” por eso. También porque jugabas bien a la pelota y te comparaban con Villa, un jugador de esa época. Fuiste un buen alumno en la escuela y luego en la facultad de Bioquímica. Dice mamá que encontrabas en la bioquímica una magia que ella no entendía. Eras científico pero también te gustaba el Che Guevara. Tenías un póster con su foto, en tu habitación. Y te gustaba Neruda y te sabías de memoria las obras de Les Luthiers. Nadie me dice si todo esto, si la bioquímica, la literatura o el humor tienen algún sentido cuando estás en un centro de detención. Dice mamá que ustedes solo imaginaban un mundo en el que hoy a mí me gustaría vivir. Cuando censuraban la libertad de expresión, ustedes querían saber más. Cuando se censuraba el derecho a pensar, ustedes se volvían más creativos. Y si censuraban el derecho a reunirse, allí estaban ustedes. Ella cuenta que estabas leyendo a Neruda en una edición de papel de arroz.
Lo que sé de la última vez que estuvimos juntos no está en ninguna foto. Lo sé por mamá. Estábamos los tres. Ustedes festejaban mi primer mes de vida. Entonces tocaron la puerta y saliste a atender. Ella escuchó que te decían algo y dice que vos preguntabas “pero por qué, por qué”. Eran tres hombres armados. Dice mamá que ella se dio cuenta de lo que estaba pasando. Tal vez vos también lo sabías. Preguntaste si podías despedirte de mí. Así que nos despedimos. Dice mamá que antes de que salieras te recordó que llevaras los documentos. Después los hombres te secuestraron y ella se quedó en la puerta conmigo. Dice que cuando vio al auto irse te gritó que iba a seguirte. Pero ella no tenía auto. No te siguió de esa manera. Es probable que te hayan llevado al Arsenal esa misma noche. No lo sé. Tengo tus fotos. También están los relatos que me permiten imaginar tu tortura. Veo la oscuridad y puedo pensar que eso fue lo último que viste. Mamá pasó muchos años sin tener auto, pero sí que te buscó. Te buscó por todas partes.
En todos los lugares a donde se suponía que se buscaba a alguien que ha desaparecido. Desde el principio entendió qué era lo que había pasado. Aunque dice que con el tiempo empezó a mentirse. A decirse a ella misma que ibas a volver. Entonces te escribió cartas. Te escribió muchas cartas mintiéndose a sí misma, convenciéndose de que volverías y podrían leerlas juntos. Es normal. Yo también te he buscado. He visto estas fotos cientos de veces. Tres días después de tu cumpleaños 61 te encontramos. No apareciste en ese lugar llamado Arsenal, donde siempre creímos que estabas. Fue en un pozo. Nos avisaron que estabas ahí y nosotros necesitábamos verte. Así que fuimos. En el pozo había un pozo. Un arqueólogo nos contó algunas cosas, cómo trataron de taparte, de ocultarte. Y durante mucho tiempo eso fue así, estuviste sepultado.
Pero al final apareciste. Querían ocultarte pero no pudieron. Nosotros te encontramos. Vos apareciste. Bajo treinta metros de tierra. Te encontramos a pesar de que habían pasado treinta y siete años.
El llamado Pozo de Vargas es una antigua estructura que funcionó como fosa común en Tucumán durante la época de la última dictadura militar en Argentina. Como estaba ubicado en una propiedad particular, los represores encontraron allí un lugar para enterrar ilegalmente a algunos de los desaparecidos.
Los primeros restos de personas desaparecidas fueron encontrados en 2006, a los 24 metros de excavación. En 2014, esta vez a 30 metros, aparecieron los restos de mi papá. Su identificación es la número 24.
Te llega una carta y te dicen que tu papá está muerto. Cuando una persona muere y te avisan que está muerta hay que hacer trámites. Pero cuando todo eso pasa, podés abrazar a tu muerto. Ahora sé qué es lo que pasa cuando una persona desaparecida durante treinta y siete años se muere. Cuando una persona desaparecida se muere, podés ir al EAAF. El EAAF no es una morgue. Tampoco es un cementerio. El EAAF es un edificio antiguo.
Tiene varios pisos y por cómo está arreglado se parece bastante a una casa. Salas con escritorios, pasillos, habitaciones a lo largo de esos pasillos. Las habitaciones tienen cortinas. Hay una biblioteca. Y muchas puertas. La persona que te recibe te pregunta cómo estás.
Tal vez intuye que en algún momento vas a darte cuenta de que no estás en una oficina ni en una casa familiar. Tal vez sabe que en algún momento vas a encontrarte con tu muerto. Y que tu muerto no está en un cajón. Tu muerto está en una habitación cuya antesala es otra habitación. Allí hay una ventana y en las paredes hay afiches: explicaciones científicas sobre fosas comunes, resúmenes de investigaciones sobre identificación de restos humanos. La persona que te guía se detiene en esa habitación. Después te pregunta si estás listo. Uno no está listo, pero dice que sí. Y entonces entrás en la habitación a donde está tu muerto. Tu muerto es tu padre. Está sobre una camilla. Tu padre son tres huesos. Junto a la camilla hay dos sillitas. Una ventana que mira a una avenida de Buenos Aires. Alguien te ofrece un vaso con agua.
Entonces te das cuenta de que estás llorando. Estás pensando que a los muertos podemos abrazarlos. Y estás pensando que por más esfuerzo que hagas, por más que lo desees con todos tus treinta y siete años, eso es imposible. Te das cuenta de que tu padre está allí y no podés abrazarlo.
Era alguna hora temprana pero estaba oscuro, como en ese momento del día en que la luz empieza a perderse y parece que va a desaparecer por completo.
La luz, sin embargo, vuelve cada mañana; vuelve siempre.
Este trabajo aborda la temática de la aparición e identificación de los detenidos desaparecidos en la provincia de Tucumán. La enorme tarea de equipos de arqueólogos y antropólogos ha permitido avanzar en la identificación de las víctimas de la última dictadura militar; en este ensayo se plantea una mirada íntima a este acontecimiento trascendente de la historia argentina. De alguna manera, las imágenes narran tres historias y una sola al mismo tiempo.
Enrique Sánchez, secuestrado el 14 de septiembre de 1976, fue buscado por su esposa Alicia durante los primeros años posteriores a la dictadura. Alicia fue la mujer de un desaparecido, una mujer en la búsqueda infinita. La historia de esa desaparición es narrada por Juan Pablo, el hijo de ambos. El relato se compone de retazos de esas historias interrumpidas.
Textos e imágenes se convierten en el testimonio personal de una búsqueda que duró treinta y siete años. Una búsqueda que culmina con el encuentro de tres historias partidas.