India/ muerte/ refugio/ Kalighat / violencia
Resumen:
Un refugio para personas desahuciadas se encuentra en Kalighat, uno de los sectores más antiguos y centros de la religión hindú más importantes del país Indio, lugar donde convergen desgraciadamente una cultura violenta, pobreza extrema y rivalidad ideológica entre una religión católica impuesta por la madre Teresa y la milenaria doctrina hindú que impera en esta ciudad.
En el sur de la ciudad de Calcuta se encuentra uno de los puntos más emblemáticos de la por su larga historia como núcleo de la religión hindú, así como por ser uno de los lugares desgraciadamente más desprotegido y marginales en la milenaria ciudad : Kalighat. Caminar por las calles del sector de Kalighat es adentrarse a un sinfín de símbolos contradictorios, pues al mismo tiempo que su colorido intenso ilumina una arquitectura fenomenal escondida entre cientos de puestos callejeros, uno se topa de frente con la marginación de las personas que habitan ese sector cuya realidad logra golpear a cualquier transeúnte ajeno a la vida cotidiana de este particular sitio, que también es conocido como el barrio rojo, y como casi cualquier barrio rojo de todo el mundo es relacionado con prostitución ilegal, violencia y marginación a gran escala con el plus especial que aquí en Calcuta a eso se le puede añadir una gran rivalidad ideológica, pues aunque este sitio alberga uno de los templos hindúes más emblemáticos, también la madre Teresa fundó una casa hogar católica que tiene una particularidad : Está hecha para aquellos que van a morir. No es fácil poder tener acceso a este pequeño templo de la muerte atendido por las hermanas de la caridad, orden religiosa fundada por la madre Teresa de Calcuta, pues últimamente esta organización se ha visto envuelta en diversos escándalos que involucran corrupción, venta de niños y discriminación hacia la población no cristiana y por lo tanto las puertas de este sitio suelen abrirse sólo para los voluntarios católicos extranjeros y en muy contadas ocasiones para los medios de comunicación, e incluso quienes hemos logrado tener acceso, éste sólo es permitido en ciertas partes y por determinado tiempo. Por ejemplo a mí sólo me otorgaron 5 minutos para tomar fotografías y en ningún momento se despegó de mí una monja de rostro rígido que con una sonrisa fría me indicaba a qué lugares podía tener permitido entrar. El refugio para los que van a morir es una casa de cuatro pisos donde la actividad con los internos se desarrolla en la planta principal, un piso dividido en una parte para los hombres y otro para las mujeres. En su mayoría son individuos que superan los dieciocho años a los cuales los últimos estragos de enfermedades terminales como el SIDA o el cáncer los mantiene postrados en un catre esperando el momento en que la vida se desvanezca de sus cuerpos. Algunos de ellos llegan por voluntad propia y otros son remitidos de otros refugios u hospitales cercanos en donde simplemente se les da la indicación de que sus días están tristemente contados. Pese a todas las dificultades y a la tremenda obviedad de que quienes residen en ese espacio están cercanos al punto final de su existencia, la mayoría logra comunicarse con una sonrisa e incluso piden ser fotografiados por su propio gusto, exhalando una leve risa cuando se miran a ellos mismos en la pantalla del aparato.
Los más alegres incluso con la mano señalan a sus compañeros con la burlona , pero inocente intención, de que le tome una foto a alguno de sus compañeros de desgracia y provocando las risas de un nutrido grupo que ahora muestra interés en la cámara. Este último acto irrita un poco a la monja que me sigue y me indica que mi tiempo ha terminado, y en el acto me guía hacia la salida de una manera tan ruda como diplomática invitándome a dejar el recinto para no “ molestar” a los internos que quieren descansar. Al salir del refugio, lo único que cambia son las cuatro paredes oscuras que rodean los internos pues el escenario de la muerte se aparece con una larga fila de mendigos en condiciones deplorables en la calle y una patrulla del ejército que, con arma larga, hacen una inspección en el lugar. Un día cualquiera.
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